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Rachel Weiss: Sexta Bienal de La Habana | ( II ) |
Es igualmente claro que las bienales pueden, como en efecto lo hacen, servir de vehículo para llevar las aspiraciones de dicho lugar más allá del mundo del arte; convincentes vitrinas para las ambiciones locales, regionales y nacionales La Bienal de La Habana, inaugurada en 1984, era clase aparte en sí misma. Era una defensora incondicional de la necesidad de que existiera un foro fuera de la corriente principal, en el que nuevos discursos y estéticas locales pudieran desarrollarse. Contaba una historia que era diferente de las contadas por los internacionales en cualquier otra parte del mundo. Cumplía el papel de antídoto contra las fuerzas homogeneizadoras del mercado, y de modelo potencial para la práctica alterna. Al ser la única bienal organizada por un país socialista, se identificaba por el anticomercialismo y por la solidaridad entre los artistas, un desafío a la hegemonía cultural de la corriente principal (yankee). La misión decididamente antiimperialista de la Bienal presagiaba mucho del subsiguiente discurso postmodernista con respecto a la descentralización del mundo del arte y de la legitimidad cultural en general; en consecuencia, La Habana adquirió un cierto cachet por su claridad de visión y por haber sido la primera.
Aunque La Habana ha perdido algo de su singularidad, al mismo tiempo ha estado adquiriendo el peso de la experiencia - para bien y para mal. La Bienal, inicialmente una operación decisivamente idealista, evitó la superficialidad y brilló por su concienzuda dedicación a presentar un grupo diverso de obras de formato democrático, abandonando incluso el otorgamiento de premios a partir de 1986. La Bienal debía ser un lugar para que los artistas y el público se encontraran y se entendieran mutuamente por lo alto y por lo bajo, abarcando África, Asia y Latinoamérica En su interpretación original idealista, la Bienal era un lugar de encuentro que reunía no sólo a artistas procedentes de todo el Tercer Mundo, sino que traía también el arte al público cubano. Las exposiciones pequeñas y populistas que caracterizaron las primeras bienales (tales como las de juguetes africanos elaborados en alambre, y de representaciones folclóricas de Simón Bolívar, ambas en 1989) han ido desapareciendo a medida que la Bienal ha »profesionalizado« su discurso, reemplazado por un enfoque más uniforme y de alta cultura. Los eventos conmemorativos abiertos al público (como, por ejemplo, un concierto al aire libre con Mercedes Sosa, Chico Buarque y Pablo Milanés, quienes cantaban y tocaban mientras algunos artistas pintaban murales impromptu en el escenario detrás de ellos, y una multitud bailaba durante toda la noche, en 1986, y un agradable desfile de modas, en 1989, en el que se exhibieron en las plazas de uno de los barrios más antiguos de la ciudad telas y diseños elaborados por los artistas), que se organizaban como parte esencial de cada Bienal, parecen cosa del pasado, y el público local también parece haber mermado. Entretanto, la Bienal ha crecido en cubrimiento geográfico y perfil profesional. La Habana ya no es simplemente una curiosidad del Tercer Mundo; se ha convertido en un imán para influyentes curadores, comerciantes y coleccionistas, un sitio en el que se realizan negocios significativos. Mientras sus principales visitantes eran originalmente personas que compartían muchos referentes claves (latinoamericanidad o identificación con el Tercer Mundo, relación problemática con la corriente artística principal, y una posición idealizada/idealista, al menos en cierta forma, con respecto al papel del arte en la sociedad, y un cacareado sentido de propósito para el artista, etc.), hoy su público se acerca más a una típica multitud internacional interesada en el arte, en busca de tendencias y nuevos descubrimientos. Tal vez aún más importante, las aspiraciones de los artistas en su propia participación parece decididamente más centrada, hoy en día, en la interconexión con los curadores y coleccionistas, y menos en su relación mutua. Con todo, incluso si La Habana ha dejado de ser un lugar que cuestiona las hipótesis y objetivos del arte, aceptando más bien una presentación »regularizada« e institucional de las obras, la posición que la Bienal de La Habana ocupa ahora dentro del espectro institucional del mundo del arte contemporáneo está a unos cuantos años de distancia de sus hermanas mejor establecidas.
Dada la volatilidad de la situación cubana desde 1989, ésta se ha vuelto importante, en el caso de las tres últimas bienales, para entender el evento, al menos en parte, dentro del marco del momento en el que fue montada. La economía del país implosionó virtualmente en los años que siguieron al colapso de la Unión Soviética, y las cosas se pusieron tan mal en las calles durante la última Bienal en 1994
Los visitantes de esta Bienal encontraron una Cuba cada vez más enfocada hacia el turismo
Éste fue el telón de fondo contra el cual la Sexta Bienal de La Habana abrió sus puertas en mayo. Los hoteles estaban llenos de artistas, coleccionistas y curiosos que habían llegado a verla; había una gran multitud en la plaza durante los discursos de apertura, y las galerías se llenaron los dos primeros días. (A pesar de que se realizó un extenso cubrimiento por radio y televisión, lo cual permitió que muchos habaneros se enteraran de la existencia de la exposición, el hecho de que dos de los tres principales espacios en donde se llevó a cabo estuvieran al otro lado del puerto y fueran relativamente inaccesibles por medio del transporte público, significó que una vez que la aglomeración de visitantes extranjeros disminuyó, las galerías se desocuparan precipitadamente). Estuvieron representados 177 artistas de 44 países, pero tal vez lo más significativo para el ascenso e ingreso de La Habana en el gran mundo fue la presencia del »curiatoriate«
La exposición se organizó bajo el estandarte de »El individuo y la memoria«. Este enfoque aparentemente interior presentó cierto contraste con instalaciones anteriores que generalmente hacían énfasis en una interpretación social del arte por medio de títulos como Tradición y contemporaneidad (Tercera Bienal)
En términos de organización, la Bienal se vio seriamente obstaculizada este año por la pérdida del Museo Nacional, que actualmente se encuentra cerrado debido a su restauración. En consecuencia, la exposición estuvo más diseminada que de costumbre
Otro factor negativo fue la pobreza de material de la Bienal; no había ninguna de las costosas técnicas pulidas, luminosas y autoconscientes propias de los museos, las cuales se han convertido en un aspecto cada vez más importante de buena parte del arte contemporáneo. La escala de la mayoría de las obras se limitó a lo que los artistas pudieron embarcar hacia Cuba |
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Notas |
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