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Alicia Haber:    Mercosur Biennial ( III - fin )
Vertiente política
En los espacios dedicados a la temática política se destacaban la Nueva Figuración argentina y, particularmente, las telas de Luis Felipe Noé y Jorge de la Vega, que siguen teniendo una enorme vigencia. Fue muy interesante observar la serie de pintura del brasileño Joao Câmara Filho, la ya muy conocida instalación del brasileño Cildo Meireles sobre las Misiones Jesuíticas, un trabajo particularmente hermético y bien logrado de Luis Camnitzer, la sutileza de la brasileña Rosana Palazyan, la habitual inteligencia y precisión de formulación del chileno Gonzalo Díaz, y la excelencia de dos de las mejores propuestas políticas de la Bienal: la del joven uruguayo Jorge Soto y la del veterano argentino León Ferrari.
Luis Felipe Noé
Luis Felipe Noé
León Ferrari es verdaderamente revulsivo y contestatario. Presenta una serie de fotos intervenidas con lenguaje Braille donde utiliza textos bíblicos, imágenes periodísticas, láminas de arte erótico japonés y grabados persas, para atacar a la Iglesia, a la crueldad de ciertos mensajes del Antiguo y Nuevo Testamento, a la violencia contenida en las religiones, y se permite hacer analogías con una desacralización brutal.

João Câmara Filho logra relatar de manera singular la historia polémica de Getulio Vargas, en un estilo en el que se confunden de manera lograda elementos que pueden bucearse en la Nueva Objetividad germana (Neue Sachlichkeit), el Pop, el hiperrealismo, el realismo, el surrealismo, sin identificarse con ninguna de esas estéticas en particular. Sortea los peligros de la narración y logra momentos muy relevantes. La suya es una apuesta en la que se aúna figuración sincrética e idiosincrásica, es un artista de gran personalidad. A pesar del auge de las instalaciones y ambientaciones, la pintura no está muerta, y por más que le extiendan certificado de defunción los apocalípticos de siempre: las obras de Câmara Filho dan testimonio de su vigencia.

Rosana Palazyan se atreve a trabajar con hostias, un soporte singular sin duda, donde imprime los rostros de niños asesinados y hace una terrible crítica a la violencia metaforizada en ese símbolo del cuerpo de Cristo. La foto performance de Gonzalo Díaz crítica al marxismo ortodoxo con su ironía feroz sobre la hoz y el martillo, plasmada en cybachrome, neón, objetos y enormes paneles, aunando diversas técnicas expresivas de gran contemporaneidad y buena puntería temática.

León Ferrari
León Ferrari
El uruguayo Jorge Soto dio una muestra más de su talento y profesionalismo, en una instalación. 52 grabados en seco (gofrados) rodeaban una enorme estructura de tubería galvanizada, donde se encontraban piletas de agua y tubos. Estaban registrados en blanco impoluto los nombres de algunos de los protagonistas de un período del enfrentamiento político de la dictadura militar uruguaya (1973 - 1984), incluidos presos, torturados, muertos de ambos bandos, militares, integrantes del escuadrón de la muerte y desaparecidos.

En la base de metal se hacían notar las fechas de los tres golpes de Estado de la historia uruguaya, y las piletas con agua oficiaban de pila bautismal y lavamanos, que jugaban con la idea de que todos somos un poco Poncio Pilatos, mientras un cartel muy significativo, »Hecho por Uruguay«, permitía varias lecturas sarcásticas, y un tubo de goma rojo aludía a la sangre vertida en el Río de la Plata. Todo sugestivo, inteligente, bien logrado y sin desplantes demagógicos, sin lecturas unívocas, con múltiples metáforas, sin caer ni en lo explícito ni en lo hermético: era conceptual pero sin abandonar la fuerza de la presencia objetual.

El último lustro

Jorge Francisco Soto
Jorge Francisco Soto
Allí también había testimonios de la vigencia de la pintura, sobre todo en la obra de los uruguayos Javier Bassi y Martín Verges Rilla; el primero tiene un innegable parentesco con Francesco Clemente, y el segundo, un jovencito emergente aún desconocido en su propio país, dialoga intertextualmente con el Renacimiento, pero en ambos las influencias se conjugan en jugoso sincretismo e innegables dotes pictóricas.

Sobresalían en el terreno de las instalaciones dos mujeres chilenas muy sutiles: Nury González y Rosa Velasco, y la obra original de la brasileña Rosana Palazyan, siempre imaginativa a la hora de elegir soportes. Esta vez optó por calzoncillos de niños muy pequeños para revelar el terrible flagelo de la violación y la violencia. Otro aporte de ese espacio eran las esculturas neodadaístas del gaucho Féxi Bressan.

Javier Bassi (detail)
Javier Bassi (detail)
Pero sobre todo se destacaba la propuesta del venezolano Javier Téllez. Con una instalación conmovedora y casi insoportable por su dureza pero muy bien lograda y con afinada puntería social, más allá de toda demagogia y simplismo, Javier Téllez recrea una terrible sala de hospital psiquiátrico tercermundista, donde al problema del desequilibrio psíquico, la medicación psiquiátrica, los conflictos emocionales, se le suma la pobreza. »La extracción de la piedra de la locura« está integrada por camas de hospital, sillas de ruedas, muebles en estado lamentable, naranjas y frutas podridas, y monitores con videos donde se repite la misma escena de un desvarío monótono de los enfermos idiotizados por los medicamentos. Todo proviene de una experiencia real en el hospital San Pedro de Porto Alegre, donde Téllez hizo trabajo de campo. Hay múltiples lecturas críticas relativas al abandono, la pobreza y la medicación psiquiátrica de la sociedad, a través de los nombres de Moises Roitman, Esquivel, Ana Freud, Phillip Pinel, Mario Marins y Sigmund Freud. Y el arte, paradójicamente, está en manos de los enfermos pues son sus sutiles bordados colgados sobre las camas los que aportan belleza a ese espacio claustrofóbico apenas ventilado por una pequeña ventanita con rejas.

Desniveles y altibajos
Javier Téllez
Javier Téllez
Éstas son apenas algunas de las decenas de propuestas valiosas de una Bienal bien lograda que obligaba, sin duda, a un esfuerzo maratónico y exigía un mínimo de cinco días de visita, una visita que bien valía la pena más allá de desniveles y altibajos, que los hubo. No siempre, empero, los nombres famosos y consagrados estaban representados con obras de jerarquía. La Escuela del Sur de Torres García estaba muy bien representada, no así su maestro Joaquín Torres García, de quien debió haber un envío mayor. Del argentino Alfredo Hlito había pinturas históricas interesantes pero no reflejaban la enjundia de su creación posterior; al paraguayo Enrique Careaga y al argentino Nicolás García Uriburu se les podría haber excluido, con ojos más exigentes; del uruguayo Gonzalo Fonseca había solo una escultura, y es un artista cuya obra tridimensional no ha sido expuesta en el Cono Sur y necesita ser más divulgada. El argentino Julio Le Parc estaba subestimado a través de una obra menor, mientras que su coterráneo Bonevardi tenía demasiadas piezas. En otros casos había obras menores de artistas mayores: la brasileña Adriana Varejao tiene piezas más interesantes y mejor presentadas; el uruguayo Carlos Capelán ha logrado postulaciones más rotundas en otras instalaciones, y lo mismo sucede con el argentino Guillermo Kuitca, quien ha producido instalaciones mucho más enjundiosas. Del chileno Alfredo Jaar pudo haberse elegido algo mucho mejor, y la argentina Graciela Sacco estaba muy por debajo de su nivel habitual.

Y tal vez pudo haberse obviado en esta primera Bienal la vertiente tecnológica porque estaba mal representada, era muy pobre y daba una imagen provinciana en el Centro Cultural Mario Quintana. Era paupérrima frente a lo que se ve en ese terreno en cualquier bienal internacional, en cualquier museo de país desarrollado o en la Documenta de Kassel. Pero los éxitos superaron a los fracasos, incluida una organización extraordinaria y eficiente que se pudo observar, sobre todo en las semanas posteriores a la inauguración del mega acontecimiento.

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©   fotos: Claudio Fachel y Edison Vara