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El tema de la 26ª Bienal fue escogido de
manera que múltiples posiciones artísticas puedan
identificarse con él. El concepto del "territorio
libre" tiene varias dimensiones: la dimensión físico-geográfica,
la dimensión político-social y, finalmente, la dimensión
estética que, desde luego, es la que más nos interesa
en el contexto de la exposición.
El territorio de la estética comienza donde termina el
mundo convencional. Designa aquel espacio en el cual la realidad
y la imaginación entran en conflicto. Los artistas son
guardianes de la frontera de un reino situado más allá
del mundo administrado, fuera del alcance de la soberanía
interpretativa de la política y la economía. Mientras
todo el mundo está enfrascado en la eterna disputa sobre
quién es dueño de qué, el arte resuelve las
condiciones de propiedad a su manera: en el reino de la estética
todos son dueños de todo.
En el marco de la Bienal nos interesa descubrir si y cómo
las formas de la Tierra de Nadie descritas al principio, esto
es, las devastaciones del mundo real y de las relaciones interpersonales,
se reflejan en el arte. Dado que las obras de arte son más
que meros datos de la realidad, cualquier condensación
artística de los fenómenos de la realidad será
siempre más plurivalente y más compleja que un simple
reportaje. Esta regla se aplica incluso cuando el artista recurre
a la fotografía o al video, dos medios a los cuales se
les atribuye un alto grado de cercanía con la realidad.
Si bien los artistas se encuentran insertos en conflictos, no
duplican el mundo, sino que crean espacios libres dentro de la
realidad. Mediante metáforas y símbolos transportan
la materia prima terrestre a un nuevo estado, perceptible por
los sentidos. La obra de arte revela algo distinto; es alegoría.
El arte existe fuera de la causalidad y no debe ser aprisionado
en la carcasa de hierro de las constricciones profanas.
Los artistas crean un territorio libre de dominación y,
con él, un mundo opuesto al mundo real: un país
del vacío, del silencio, de la introspección, en
el cual el frenesí que nos rodea es detenido por un instante.
Pero el territorio del arte es también un país de
enigmas, en el cual se codifica la avalancha de mensajes simplistas
que brotan de los semilleros del kitsch. Al romper fronteras materiales,
el artista se convierte en contrabandista de imágenes entre
las culturas.
Una vez más cincuenta y cinco países de todos los
continentes aceptaron nuestra invitación de traer a São
Paulo lo mejor y más relevante de su producción
actual. La mayoría de los artistas creó nuevas obras
después de un estudio detallado del edificio y de la ciudad.
En São Paulo se produce una interacción espacial
entre los cincuenta y cinco artistas de las "representaciones
nacionales" y los 80 artistas invitados directamente por
la Bienal. Con un número total de 135 artistas, la Bienal
de São Paulo sigue siendo una de las exposiciones más
grandes a nivel internacional. Con sus 670.000 visitantes en el
año 2002, la 25a Bienal se convirtió en la exposición
de arte contemporáneo más visitada del mundo. Una
vez más un amplio programa de visitas guiadas familiarizará
sistemáticamente toda una generación de escolares
y estudiantes universitarios con el arte contemporáneo,
muchos de los cuales provienen de los suburbios más pobres
de São Paulo.
Para enfatizar la unidad temática de la muestra en su
conjunto, los artistas invitados y los artistas enviados por los
diferentes países fueron mezclados en los 25.000 m2 del
pabellón tan generosamente dimensionado por Oscar Niemeyer.
De este modo, a pesar de la complejidad de las diferentes voces,
surge un concierto colectivo.
Como siempre, Brasil aporta el mayor número de artistas.
Como todos los países, está representado por un
artista en el segmento de la "representación nacional".
Otros diecinueve brasileños han sido incluidos en la lista
de los ochenta artistas invitados de todo el mundo. De ellos,
respectivamente un tercio proviene de São Paulo, Río
de Janeiro y del resto del país, lo cual corresponde al
estado actual de la producción en Brasil.
Junto con una intensificación del diálogo Norte-Sur,
la Bienal de São Paulo también se ha propuesto reforzar
los lazos entre las culturas extra-europeas mediante un diálogo
Sur-Sur. Está predestinada a cumplir ese papel, puesto
que opera desde una de las ciudades más grandes y pluriculturales
del planeta, en la que se mezclan elementos europeos, africanos,
indígenas y asiáticos que producen combinaciones
fecundas.
El recinto de la Bienal, icono cosmopolita de la arquitectura
moderna, hecho de concreto armado, acero y vidrio, y a la vez
encarnación de la herencia industrial de la ciudad, inserta
automáticamente cada obra de arte en un contexto de modernidad
ofreciendo, en su extensión de cuatro campos de fútbol,
las mejores condiciones para presentar y recibir al arte contemporáneo.
Es, tal vez, uno de los más bellos recintos de exposiciones
bienales del mundo, entre otras cosas por su bóveda de
aérea levedad y su rampa de elegancia barroca, que corta
los tres pisos en espirales irresistibles.
Por esta razón, el curador y el arquitecto de la 26a Bienal
han dedicado el mayor cuidado a la distribución espacial,
para lo cual se tomaron en cuenta criterios conceptuales, estéticos
y técnicos. El punto de partida de todas las consideraciones
fue la misma arquitectura del edificio que sugiere un agrupamiento
espacial de los diferentes soportes visuales. La espaciosa planta
baja, con una altura de más de siete metros y vista panorámica
al Parque do Ibirapuera, se muestra especialmente adecuado para
un parque de esculturas con obras tridimensionales de gran tamaño.
La primera mitad del segundo piso, en virtud de la luz favorable
que allí predomina, que entra desde el lado este y oeste,
pero también en forma difusa desde arriba y abajo, ofrece
las condiciones ideales para un salón de pintura. La segunda
mitad de este entrepiso, más oscura, parece estar hecha
para un "múltiplex" de video-instalaciones, un
planetario donde el observador puede sumergirse tranquilamente
en el cosmos de las imágenes producidas en forma digital.
Esta división no facilita apenas la orientación
del público, sino también la formación de
una masa crítica al interior de cada grupo de medios o
soportes. De este modo, surgen en el edificio diferentes centros
de gravitación con sus respectivas y específicas
"temperaturas" estéticas. Crescendos y diminuendos
que se relevan bruscamente.
La fotografía, que permite relaciones retrospectivas
y transversales con la pintura, la escultura y el video, constituye
finalmente un eslabón entre las tres otras técnicas
y se extiende como un hilo rojo a través de toda la exposición.
La Bienal como territorio libre
En Brasil no han faltado intentos de crear territorios libres.
Sólo recordemos la fundación de Brasilia y, aún
un poco antes, hace medio siglo, la creación de la Bienal
de São Paulo. Ambas son aliadas naturales, pues nacen del
mismo espíritu ilustrado y comparten la vocación
de iniciar nuevos rumbos. Fueron concebidas como una especie de
cantera de nuevas imágenes y allanaron el camino del país
hacia la modernidad.
La Bienal de São Paulo es una región extraterritorial,
en la que los artistas construyen sus colonias utópicas.
Es una reserva protegida, en la que se secan los flujos de mercancías
y fracasan las estrategias políticas. La Bienal se comprende
como un área de repliegue, donde se acumula la masa crítica
y la energía positiva, premisas indispensables de la transformación
de la sociedad y de la anticipación intuitiva de nuevas
formas de convivencia humana. Cada generación de artistas
está llamada a efectuar un nuevo levantamiento topográfico
de este territorio libre y diseñar sus contornos.
Solamente las artes disponen de una reserva universal de signos
y arquetipos, cuyo intercambio moviliza a la memoria colectiva
de la humanidad. Entonces, si el artista es un contrabandista
de imágenes, la Bienal puede ser una plataforma de transacciones
en el reino de la estética, al cual, para acceder, basta
presentar la curiosidad, asociada al afán de conquistar
otros mundos como credencial, y una mente despierta como entrada;
un lugar donde se comercializan bienes preciosos, pero no se cobran
impuestos.
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© Derecho del autor, texto: Alfons Hug, julio de 2004 |
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