índice no. 13  -  Comentario

25 de marzo de 1999

Retransmito un comentario que recibí de OJOTRAVIESO, espacio de discusión sobre arte, a propósito de la exposición »El traje nuevo del Emperador«.

José Roca


Jonás Ballenero: El rey desnudo

Aunque vivo en Cali, el tedio y la »sequía« artística de mi hermosa ciudad me obliga a desplazarme al menos a Bogotá, 3 o 4 veces en los años menos afortunados. La frecuencia de mis visitas ha suscitado un recorrido ritual a las salas de exposición. Generalmente comienzo por la Biblioteca »Luis Angel Arango« y la Casa Luis López de Mesa, donde hay la certeza de encontrar exposiciones de calidad (esta vez Georg Baselitz y la pintura modernista rusa no fueron la excepción). Continuo mi peregrinaje por el Museo de Arte Moderno, con cierta incertidumbre (conté con la suerte de la Retrospectiva de Rafael Echeverry y la »polémica« exposición de Nadín Ospina). Sigo con el Planetario y su Sala de Exposiciones, dimensión desconocida, donde todo es posible. Esta vez, para mi desgracia, me encuentro con la exposición »El traje mágico del Rey«, evento que me incita escribir este texto.

Lo primero que debo anotar es que me motiva la tristeza y la indignación. Lo primero por encontrar entre los participantes personas que conozco y aprecio, a quienes reconozco sus cualidades y potencial como artistas e intelectuales, unos con una reconocida trayectoria. Lo segundo porque no hay derecho que se presenten »cosas« como las vistas en esta exposición, en un claro desperdicio de tiempo, recursos y espacio. Y es que para mí es una sorpresa, porque la Sala siempre ha tenido un nivel importante en sus muestras y exposiciones (espero sinceramente que esta sea una excepción irrepetible).

Con la excepción de Victor Laignelet, José Roca y Antanas Mockus, por su respetable trayectoria y sus aportes a este evento (no me explico aún como se han prestado para él) no citaré ningún otro nombre, por respeto a mi memoria. Sin embargo ilustraré con ejemplos de lo visto algunas inquietudes que recobran interés frente a esta exposición, con respecto a lo que llamamos »arte contemporáneo«.

Sería injusto exigir igual rigor y calidad a todos los participantes. Si bien hay personajes de gran reconocimiento a nivel nacional, también sé que hay estudiantes universitarios. Se siente en cada propuesta. Lo que sí me parece inobjetable es que cuando alguien se atreve a exponer, debe al menos cuidar la presentación adecuada de su trabajo y la calidad técnica del mismo. Es lo mínimo. Pues en este caso no hay tal. Por citar tres ejemplos: Los vestidos de Nohra de Pastrana están despegados de sus soportes y dejan al »desnudo« la torpeza de la cinta mal puesta, varias de las fotos se encuentran parcialmente despegadas y sucias, unos objetos que muestran diapositivas con personas con sus atuendos están severamente deteriorados y descocidos. En cuanto a la escasa pintura creo pertinente plantear unas diferencias entre la »mala pintura« y la pintura mala (si la primera implica un intento de ruptura con el cliché y lo tradicional, la segunda apunta hacia la mediocridad e impotencia del pintor) y entre la pintura como fin (donde se requiere de una actitud depurada y sentida frente al medio) y la pintura como medio (donde se requiere de ingenio, alto nivel de crítica y gran habilidad mental). Ninguna aparece. La pobreza, la simpleza, lo desprolijo, la falta de oficio y la mediocridad reinan vestidas de ilusorias lentejuelas. Es muy triste encontrar en una exhibición de objetos hechos por artistas, que uno de los mejor ejecutados es el traje de matrimonio del ex-alcalde.

Además la exposición está muy mal colgada. Los objetos se encuentran apañuscados y se interfieren unos con otros sin ningún sentido (ni curatorial, ni común). La rampa de entrada denota su miserable construcción, intento fallido que pretende recordar la arquitectura asociada con el poder.

Ahora bien, seguramente se dirá que se trata de »arte contemporáneo«, de artistas »jóvenes«, con propuestas »frescas«. Es muy posible que se desconozca lo que se haga en »provincia«. Al entrar a la sala me encuentro con unos lindos vestiditos manufacturados en látex. Sin embargo, hace ya unos años alguien realizó en Cali unos vestidos de tamaño natural en dicho material, realizando una serie de acciones y exhibiéndolos en un Salón Regional. Infortunada coincidencia. Y qué decir del lugar común de referirse a la comercialización del arte a partir del souvenir y la falsa publicidad de museo.

Si hablamos de arte contemporáneo parece inevitable la palabra »concepto«. Pero frente a objetos tan pésimamente resueltos, tan pobremente dispuestos y tan mediocremente concebidos, la palabra se queda corta y no alcanza a cubrir la desnudez de las propuestas. La elaboración de un discurso artístico coherente es algo fundamental para un artista contemporáneo. Pero el trabajo no se queda ahí. La obra, como objeto debe tener la potencia, la energía, la fuerza para que la labor se complete. Un discurso no se construye por retornar persistentemente a los caminos andados o a lo sabido. El riesgo es importante. Es lo que mueve. De esto carece esta exposición. Esto empobrece los discursos. »¿Habrá al más que decir?«. Así terminaba el comentario sobre el pasado Salón Nacional en El Tiempo. La pregunta ofende. Si no hay nada que decir, ¿para qué hacer?

Si bien la intención parece ser la de mostrar al rey desnudo, sucede lo contrario. El rey se viste de conceptos, objetos y demás accesorios dudosos, con un traje más ilusorio y mentiroso. La corte y los súbditos pretendemos verlo desnudo cuando en realidad está vestido. Mediocridad, impotencia, superficialidad y silencio son los moldes de sus sastres.

Sus comentarios pueden mandar directamente al eMail: columnadearena@egroups.com

 Columna 13



©  Texto: Jonás Ballenero, Columna de Arena: José Roca

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