índice no. 13  -  Comentario

21 de junio de 1999

En la columna de arena no.13, texto con el cual participé en la exposición »El traje nuevo del Emperador«, me referí a la crítica que hacen comentaristas culturales como Andrés Hoyos y Juan Camilo Sierra frente al arte contemporáneo, y dado que en las páginas de la revista literaria El Malpensante se ha insistido tanto en el llamado affaire Sokal, traté de evidenciar que lo que intentan hacer es similar a lo que hizo el profesor Sokal con los textos filosóficos postmodernos: mostrarnos que tras la fachada retórica vistosa, no hay nada.

Yo, por supuesto, no estoy de acuerdo con esta posición, y en mi texto traté de hacer ver que la profunda incomprensión de estos críticos frente a toda producción artística que no corresponda a los cánones pictóricos o escultóricos de la ortodoxia clásica o moderna (son especialmente críticos con la instalación), los lleva a descalificar todo este trabajo de un solo golpe, sin dar la posibilidad de existencia a estas otras formas artísticas que tocan ámbitos más allá del arte, como la identidad, la sexualidad, la política, etc., con medios diferentes (o inclusive los mismos) que las formas modernas.

Mi columna circuló, como todos los números anteriores, entre un grupo relativamente reducido (unas 400 personas y medios, entre ellos El Malpensante). Dado que les concernía directamente, me pidieron mi acuerdo para publicarla. Accedí en el entendido de que se cumplirían tres condiciones: a) el texto debía publicarse sin edición alguna; b) mi comentario a la eventual respuesta de Hoyos se publicaría con el mismo despliegue y extensión que ésta, y c) que yo podría publicar todo el debate en la Columna de Arena.

Mario Jursisch, editor de El Malpensante, accedió, y mi columna se publicó en el no. 15 de la revista. La respuesta de Andrés Hoyos acaba de ser publicada en el no 16, y la transcribo a continuación.

José Roca


Andrés Hoyos: ¿Será mucho pedir?

(Andrés Hoyos es director de la revista »El Malpensante«)

Cuando ya la daba por perdida, la polémica planteada por mí en estas páginas hace más de un año sobre artes plásticas intempestivamente revive. Ahora bien, eso de que revive es un decir. Como sucede con exasperante frecuencia en estos territorios, uno espera que aparte de los divertidos dardos que son de uso en todas las polémicas, los textos contengan ideas. Pero en vano. Leída un par de veces la »Columna de Arena« de José Roca que publicamos en este mismo Breviario en el número anterior, tengo que decir que hablar de las »ideas« contenidas en ella sería una notable exageración. Tal vez lo que haya son »conceptos«. Hurgando, parece que son dos los avanzados por Roca: según el primero, como no soy un especialista en el tema del arte plástico, debo callarme la pluma.

Yo nunca he afirmado, o tan siquiera sugerido, que sea un especialista en el tema; muy por el contrario he insistido que soy un forastero, un literato amante de la pintura y de la escultura que se ha sentido particular e insistentemente indignado por el trato que en los últimos años han dado a estas venerables expresiones tanto en la academia como en las curadurías de todo tipo. También he dicho, y lo sostengo, que he bostezado hasta el desencaje de mi precaria pero indispensable mandíbula con la inmensa mayoría de lo que Roca, víctima de los aires arzobispales que se usan en el medio, denomina »el arte contemporáneo«. ¿Contemporáneo de quien?, ¿suyo y no mío?, ¿un pintor es necesariamente un trasto viejo?

Sobra decir que podríamos llenar no esta revista sino la siguiente docena de ediciones con la crónica de las ocasiones en que los especialistas han proclamado y defendido a voz en cuello verdades que a la postre resultaron ridículas o falsas, al punto de que me niego a dar ejemplos. Cada cual recordará el que más le complazca. Señalo solamente que la idea de la competencia forzosa de los especialistas en sus temas es, además, curiosa en el caso presente, tomando en cuenta que Roca trae a cuento la parábola de moda sobre la desnudez del emperador, en la que un niño, es decir, un ingenuo, un forastero, un no-especialista, denuncia la desnudez de un rey precisamente cuando los cortesanos, o sea los especialistas, se han abstenido de hacerlo por temor, por costumbre, por hastío o por simple necedad.

El segundo »concepto« de Roca se me antoja ya desesperado. Resulta que hace un tiempo llegué a una concurrida fiesta en el barrio la Candelaria de Bogotá y vi un buffet, o un »agasajo burgués«, como con inefable pomposidad lo describe Roca, del cual tomé una pata de pollo. La pata era de piedra y, oh milagro, estábamos ante...¡una pariente de la Venus de Milo! Roca sugiere que los hados me estaban advirtiendo por medio del artístico artefacto que me callara la boca, que no »le metiera el diente al arte contemporáneo«, que »con la comida no se juega«, como rezaba el título de aquella maravilla, digna no tal vez de Henry Moore pero sí de Ladrillos Moore o de Roger Moore, el 007. ¿Dos conceptos dije atrás? Me parece que Roca nos quedó debiendo el segundo.

Precisamente por los días en que llegó por internet la columna de Roca, salía en el periódico una noticia que me permite regresar a las ideas que tanto echo de menos en la presente polémica. Se informaba de los artistas colombianos que iban a participar en la Bienal Mercosur 1999 y por ahí escondida venía una frase significativa: »El montaje, además, tiene la connotación de ser el más grande montaje jamás hecho (¿bigger is better?, pregunto yo) porque en »el performance participarán artistas y curadores y críticos« (el énfasis es mío). Mi punto de vista al respecto es sencillo: esto puede ser muy interesante y muy monumental y muy de racamandaca, pero no tiene absolutamente nada que ver con la actividad que en su momento ejercieron Pablo Picasso, Francis Bacon, Rodin o, si a ello vamos, Praxíteles. De haberse uno presentado en el estudio de cualquiera de estos artistas con la »idea« de que críticos y curadores iban a intervenir sus obras, habría sido imposible escapar a un silletazo dado en la mitad de la cabeza antes de salir arrojado por la ventana. Insisto, por ende, en que estamos ante una conspiración burocrática, que aspira a domesticar a los artistas, a convertirlos en conejillos de Indias, y como una manipulación semejante se ha demostrado difícil - aunque, por supuesto, no imposible - cuando de pintores y escultores se trata, se propugnan formas de arte »inteligente« que conviene no a los artistas o al público sino a los curadores, a los profesores y a los críticos. De ahí mi idea de que es indispensable separar el mundo de la pintura y la escultura de los undos del conceptualismo, el performance, las instalaciones, el video-arte, el arte por computador y demás. Así sabremos si estas actividades contienen algo de vida propia o si son simples expresiones parasitarias, que viven mal, son pobres de espíritu y resultan aburridas porque pretenden crecer sin tronco, pegadas al viejo y venerable árbol del arte de toda la vida. De veras pienso que una separación radical depuraría al »arte contemporáneo«.

De pronto, tan sólo de pronto, del gran divorcio saldría algo bueno, al tiempo que a los amantes del árbol milenario nos dejarían deleitarnos con lo que nos gusta. ¿Será mucho pedir?

Sus comentarios pueden mandar directamente al eMail: columnadearena@egroups.com

 Columna 13



©  Texto: Andrés Hoyos, Columna de Arena: José Roca

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