índice no. 13  -  Comentario

26 de junio de 1999

A continuación la respuesta a lo publicado en El Malpensante.

José Roca


Mea Culpa I

Leyendo la columna de Andrés Hoyos me percaté con sorpresa de una cosa que no sé si es buena o mala: ¡Hoyos es sincero! ¡realmente cree en lo que dice sobre el arte que se produce actualmente!. Siempre pensé que era una estrategia de mercadeo de su revista, muy en consonancia con el tono provocador e irreverente que la caracteriza y que es en buena parte la razón de su éxito (más allá de las traducciones y las selecciones del Utne Reader). Sin embargo, a pesar de que entre los artistas, gestores, curadores y críticos que conformamos lo que llamamos coloquialmente el »medio del arte« estas opiniones reaccionarias no tienen mayor credibilidad, sí llegan a calar en un medio externo a estas discusiones, que se siente excluido del ámbito artístico contemporáneo y que encuentra en estas opiniones un eco a sus preocupaciones. Hoyos y otros críticos escriben para el gran público, y el eco que tienen llena tal vez un vacío que quienes estamos defendiendo la posibilidad de existencia de otras formas artísticas hemos dejado abierto. Al no haber cumplido un papel educativo, que le corresponde a la crítica y a la curaduría, hemos permitido que se genere un espacio de incomprensión que es fácilmente llenado por opiniones como las expresadas por Hoyos: »..es indispensable separar el mundo de la pintura y la escultura de los mundos del conceptualismo, el performance, las instalaciones, el video-arte, el arte por computador y demás«. Semejante propuesta es absurda, pues lo que Hoyos llama »el mundo de la pintura y la escultura« no termina en los sesenta, ni es un mundo cerrado. La pintura es un medio, como lo son la escultura y los demás que menciona Hoyos, y puede estar al servicio de las ideas o intuiciones de un artista en virtud de la necesidad expresiva del artista o incluso de la obra misma. En cuanto a lo que Hoyos llama »el conceptualismo«, así, con el sufijo que indica que sus prejuicios arraigados en la ortodoxia moderna lo identifican con un movimiento, es una forma de enfrentarse al problema artístico y atraviesa tanto el tiempo como los medios: ¿que es para Hoyos el »Desnudo bajando la escalera«? ¿y el »cuadrado negro« de Malevich? ¿Son pintura de pura visualidad, arte por el arte, desprovistas de una reflexión crítica sobre la naturaleza de la representación? ¿no hay allí un concepto que problematiza la imagen y el ejercicio pictórico?

Mea culpa II

De mi columna parece desprenderse la idea de que estoy en contra de que los no-especialistas escriban sobre arte, y ya Lucas Ospina me había hecho esta observación. Tienen razón. Pero no era lo que quería decir: baste con leer muchas de mis anteriores columnas (por ejemplo, la que plantea alternativas a los curadores de siempre de los Salones Nacionales) para ver que siempre he sostenido exactamente lo contrario: me parece que una mirada fresca puede ser interesante en un medio tan cerrado y pequeño como el nuestro. Lo que intenté mostrar en la columna era más bien que si no se comprende o se desconoce un medio, los prejuicios o la ignorancia son tan grandes que es improbable que se pueda hacer un aporte a la discusión. Si se efectúa la crítica de un sujeto con herramientas críticas que no corresponden a la estructura conceptual con la cual este fue concebido, se llegará sin remedio a un exabrupto. La línea crítica a la que pertenece Hoyos es aquella que atacará la poesía contemporánea por su falta de rima, y la música atonal porque los acordes no son armónicos. Si creemos o pensamos que la música clásica terminó en el siglo pasado, siempre tenemos la posibilidad de no ir a este tipo de conciertos, y quedarnos oyendo Mozart forever. Pero pretender, por ejemplo, que en una sala de música no se realice una programación que incluya las manifestaciones musicales contemporáneas (que, como Duchamp, comenzaron desde bien temprano el siglo), es absurdo y maniqueo, por decir lo menos. Es muy peligroso lo que propone Hoyos, y no podemos dejarnos colocar en la posición de adversarios en una discusión que separe buenos y malos, reaccionarios versus progresistas, pintura versus instalación. Esta discusión no llevará a nada bueno. Al respecto cabe recordar lo dicho en estos días por Paulo Herkenhoff, curador de la Bienal de Sao Paulo: ¿qué hace un pintor?... pinta! ¿que hace un grabador?... graba! ¿que hace un instalador?... instala! Y, ¿que hace un artista?...

La dimensión de la producción artística no puede ser reducida a un verbo, ni a una acción física, ni a un medio. Todos los medios son válidos para la expresión hoy en día. Más bien, establezcamos que el campo de discusión es más amplio, y que no podemos criticar una exposición, como sucede muy a menudo en Colombia, sin haberla visto, o tener una opinión (positiva o negativa) antes de haberla visitado, solamente por el hecho de que se presente en tal museo o que se trate de arte contemporáneo. Mi propia definición de arte contemporáneo incluye la pintura, como también incluye el dibujo, la fotografía, el video y los demás medios que menciona Hoyos. Soy el primero en subrayar el aporte que hacen pintores como Miguel Angel Rojas, Rodrigo Facundo, Luis Roldán, Carlos Salazar, Carlos Salas, Beltrán Obregón, Gabriel Silva o Johanna Calle, por mencionar unos pocos. Pero considero que sus propuestas coexisten con otras que no son pintura, y es este diálogo el que enriquece la discusión. Escindir »la pintura y la escultura«, (el »gran árbol milenario«, como con inefable pomposidad lo describe Hoyos), es una propuesta infantil, que hace pensar en aquel niño que en una discusión que sabe tiene perdida comienza a vociferar y a taparse los oídos diciendo: ¡no estoy oyendo! ¡no estoy oyendo!.

José Roca

Mea culpa III

Apartándonos de »lo que sucede con exasperante frecuencia en estos territorios« hemos decidido continuar aportando algunas IDEAS a la discusión sobre la práctica artística contemporánea. Y aunque aquí confesamos uno que otro engaño, lo hacemos para comentar la buena falta que hacen esas ideas a la hora de comentar, criticar o pensar el arte de hoy. No se pretende llegar tan alto como lo hizo Agustín con sus confesiones: ni vamos detrás de la absolución, ni poseemos, como otros, tanta habilidad para distinguir el bien del mal.

Guillermo Santos, José Roca

Los fraudes, apócrifos, plagios y tantas otras falsedades han sido desde siempre un importante motor en la historia de las ideas. Desde las motivaciones que impulsaron a Cervantes a sacar a la luz la segunda parte del Quijote hasta la emisión radial de »La Guerra de los Mundos« de Orson Welles y H.G. Wells, los procedimientos y las implicaciones de cada falsedad han dado lugar a resultados intelectuales interesantes. El asunto Sokal no puede dejar de inscribirse en esta línea, y a pesar de los sentimientos encontrados (y en ocasiones, »pendencieros«) que suscita, creemos que la discusión que allí se inicia puede ser fértil, siempre y cuando la calidad de los argumentos lo permita. Es tal vez esa premisa, la de elevar la calidad de ciertas discusiones, la que ha motivado el fraude que desenmascaramos a continuación...

La carta publicada en el Malpensante no.16, firmada por Guillermo Santos, es en realidad un texto compuesto a partir de algunas reflexiones del critico alemán Julius Meier-Graefe de que datan de 1904, mezcladas con comentarios intencionalmente acomodados por José Roca (las primeras diez líneas y la parte que se refiere a la exposición AMNESIA). El texto resultante fue firmado por el señor Santos que, sin escrúpulo alguno, se prestó al fraude con la esperanza de enojar a algún Cervantes y así hacerle sacar su Quijote a la luz. Así pues, los autores del ardid confesamos el »atrevimiento«.

Nuestro procedimiento, como el de Sokal, ha sido ciertamente ingenuo: »taza de tu propio chocolate«; sin embargo, esperamos que no sean ingenuas las conclusiones que de nuestra maniobra se pueden extraer. Nos aventuramos a mencionar algunas de ellas.

No se puede negar que la apreciación del arte contemporáneo es un asunto complejo. Pero al comentarista, especializado o no, esa complejidad no puede significarle un impedimento, sino por el contrario, debe constituir el insumo a partir del cual una aproximación seria y profunda pueda ser construida. Y si el juicioso resultado de ese ejercicio se opone a ciertas premisas de la práctica artística actual, bienvenida sea la discusión fértil que de allí se desprenda.

El fraude que presentamos escapa en buena medida a tal tarea (especialmente en los comentarios sobre la exposición Amnesia). Mala copia de mala crítica, tal como lo hizo Sokal, hemos querido señalar las flaquezas de una posición discursiva parodiando algunos de sus procedimientos, aquellos en los que consideramos que esa práctica tiene sus más lamentables debilidades. Y si nuestra falsedad trasciende, que sea para el provecho de esos »Cervantes« que aún esconden sus mejores argumentos acerca del ejercicio artístico contemporáneo.

Las imposturas de Sokal y nuestra propia artimaña no deberían quedarse en el anecdotario que despiertan, como no se quedó allí el Quijote apócrifo. Ya en la columna de arena se mencionó que las »imposturas« han contribuido a que algunos pensadores revisen la retórica de sus formulaciones y superen los efectos del »metalenguaje« especializado. Esperamos que nuestra artimaña sirva de plataforma para reflexiones urgentes en lo que respecta al arte contemporáneo, sus relaciones con los códigos sociales que rigen hoy la apreciación del arte, y su respuesta a lo que el conjunto de la sociedad espera de la dimensión artística.

En el mismo número del Malpensante se publica la Tercera entrega del affaire Sokal. En el texto de Alvaro Delgado-Gal se dice que (...) »los editores de la revista (se refiere a Social Text, donde Sokal logró colar su texto paródico) no sólo demostraron ser ineptos científica e intelectualmente, sino que dejaron al descubierto su mala fe. Aceptaron un artículo que no habían comprendido ni podían comprender por la sola razón de que, allí donde no era directamente ininteligible, confirmaba sus prejuicios. Sokal ganó la espalda a sus enemigos y los puso en evidencia por reducción al absurdo«. Ya anticipamos la salida fácil del Malpensante: que de un artículo en Social Text a una carta en El Malpensante hay una enorme distancia. Concedido (en ambas instancias). Pero...¿no leen lo que les llega? Un simple vistazo a la carta de Santos muestra arcaísmos evidentes (no hay que olvidar que fue escrita en 1904) y conceptos absurdos en esta época como »la obra de arte pura« o »la libertad implica aislamiento«. La parodia era evidente para cualquier ojo medianamente entrenado, como lo demuestran los varios mails que recibimos cuando se publicó este artículo en columna de arena: »¿quien es este tipo Santos?« »¿en qué país decimonónico vive?« Los malpensantes publicaron la carta porque les caía como anillo al dedo: confirmaba sus prejuicios.

Probablemente sea una farsa la que nos haga ponernos de acuerdo sobre el terreno en el que esas discusiones se deben dar. Mientras que lo encontramos, aquí van las referencias que acaban de una buena vez con nuestro plagio: Julius Meier-Graefe. »The mediums of art, past and present« (1904), en Art in Theory 1900-1990, Blackwell, Londres, 1992, p.p. 53.

José Roca, Guillermo Santos

Sus comentarios pueden mandar directamente al eMail: columnadearena@egroups.com

 Columna 13



©  Texto y Columna de Arena: José Roca

Presentación en internet: Universes in Universe - Gerhard Haupt & Pat Binder
Veáse nuestro directorio de Arte de Colombia