índice no. 24
José Roca
Reflexiones críticas desde Colombia

24 de abril de 2000

Desde adentro, como un virus...

Actualmente se presenta en el Museo Nacional una exposición que no puede pasar desapercibida para el visitante habitual. A pesar de que muchas instituciones en Colombia han presentado desde hace ya mucho tiempo exposiciones que van más allá de la noción de pintura y escultura como posibilidades para la acción artística, el Museo Nacional ha mantenido una cierta imagen conservadora, como corresponde (?) a su condición de garante del patrimonio visual de la nación.

Históricamente, los primeros museos surgen directamente de la acción clasificatoria sobre las colecciones de la realeza o del clero, verdaderos botines de piezas heterogéneas pero valiosas: desde su inicio, la obra de arte ha tenido un aura de »tesoro« que hay que preservar. El problema es que los museos funcionan por acumulación, y solamente aquellas obras consideradas como »maestras« verán algún día la luz al ser expuestas: las demás (la mayoría) duermen el sueño eterno en las reservas y casi nunca salen de ellas. Una obra de arte olvidada en un depósito puede perderse para siempre, igual que una fruta dajada en una vieja alacena.

El artista croata Braco Dimitrijevic (Sarajevo, 1948), uno de los iniciadores de la corriente conceptual en la ex-yugoslavia, ha desarrollado una serie de instalaciones en las que toma los museos y en particular las obras que ellos celosamente guardan como base para componer su propio trabajo, que se nutre de este particular insumo: las pinturas o esculturas ya cargadas histórica y culturalmente. Como lo señalara en su momento Bataille, los edificios y las obras no son sino contenedores muertos: la obra de arte se da solamente en la experiencia de los objetos por parte del público. En sus »Trípticos post-históricos«, serie de obras realizada en diversos museos desde 1976, Dimitrijevic baja la obra de arte de su pedestal (o la rescata de las reservas), para ponerla en diálogo con otros objetos; en cada caso un objeto manufacturado, una obra de arte original y un producto natural, fruta o legumbre.

En el Museo Nacional, una larga caravana ciclística atraviesa el espacio de la nave central de una de las salas - cada una de las bicicletas cargando un retrato de carácter histórico - todo ello entre un camino de frutas tropicales. La instalación, de marcado esteticismo, hace coexistir lo valioso y lo banal, la inmortalidad de la obra artística frente a lo perecedero, la fragilidad del acto artístico contemporáneo frente a la pretensión del Gran Arte de perpetuarse en la historia.

Una de las funciones sociales del Retrato, uno de los géneros tradicionales del arte, es garantizar la perennidad del genio humano (tanto del artista como del sujeto). En esta galería de retratos relativamente anónimos para el visitante común (que no es ayudado en su habitual »constatación« por la consuetudinaria ficha técnica), esto no se ha logrado; subsiste el sustrato físico pero el personaje ha desaparecido, haciendo recordar aquel aforismo que señala que morimos dos veces: la primera, cuando morimos físicamente, y la segunda cuando ya nadie recuerda, al mirar una imagen, quien era el retratado.

Los museos luchan contra este sino, y en algunos casos lo logran. La bella instalación de Dimitrijevic, a mi modo de ver, toca varios puntos importantes en relación con la institución Museo y en particular con el Museo Nacional: de una parte, recordarnos que en el arte la experiencia estética debe primar sobre la función didáctica, cosa que en un museo con colecciones de arte e historia coexistiendo y cruzándose constantemente es fácil de olvidar; de otra, hacer ver a los artistas que el cubo blanco no es la única opción para exponer: solo en Bogotá hay más de 50 museos, que como espacio y como colección pueden ser anfitriones para la acción artística.

Finalmente, esta exposición marca el inicio - que ojalá sea señal de una política continuada - de la apertura del Museo Nacional hacia el arte contemporáneo, pues la noción de Nación, entendida de una manera tan amplia e inclusiva como corresponde a un museo de todos los colombianos, debe incluir también la dimensión de lo temporal entendida no solamente hacia los vestigios del pasado. Una instalación como la de Dimitrijevic, haciendo una relectura del patrimonio, existe solamente en el aquí y el ahora del Museo Nacional: allí radica su importancia.

José Roca
Bogotá, Abril de 2000

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