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Contribuciones al foro »Curaduría vs. demagogia participativa« - Columna no. 29

Retransmito el mensaje de Carlos Jiménez. Vale la pena aclarar un punto al que varios ya se han referido, en la supuesta identificación que yo hago del Salón Nacional con la democracia (de lo cual se colige, por oposición, que la curaduría es un acto dictatorial). Esta es una percepción errónea de lo que escribí. El título del artículo (»Curaduría vs demagogia participativa«) planteaba una oposición, pero de una parte, debe entenderse que es un título provocador, que aparece como gancho visual en un periódico, y que es necesario leer el contenido para ver qué es lo que se plantea. De otra parte, una cosa es »demagogia« y otra »democracia«, aunque en el país a menudo la primera es vehículo de la segunda... Para hacer claridad, quisiera resumir mis argumentos en diversos artículos frente al Salón Nacional:

1. El Salón, tal como se había planteado en sus últimas versiones, era un evento masivo y ruidoso, en el que un porcentaje altísimo del presupuesto se iba en el alquiler del recinto (Corferias, una entidad privada), un concurso de inspiración decimonónica sin participación de artistas de todos los niveles (apenas los más jóvenes), con el que el Estado »le cumplía« al medio artístico.

2. Dado que el Nacional es un concurso al que se llega por »eliminatorias« a través de los Salones Regionales, estos últimos proveen la ilusión a los artistas regionales de poderse insertar en el Centro, al obtener el »permiso« para confrontarse con los Bogotanos.
En la práctica - y dada la enorme diferencia de nivel entre los artistas de las ciudades centrales y aquellos que provienen regiones en donde no hay siquiera escuelas de arte o museos - los mejores de las regiones son significativamente menos buenos que los artistas de los centros. En un esquema de concurso, esto es significativo. A eso es a lo que me refiero con »demagogia de lo participativo«.
Sin embargo, estoy de acuerdo con que los Regionales son eventos necesarios EN LAS REGIONES EN QUE SE PRODUCEN.

3. En textos anteriores planteaba que se debía reemplazar el Salón (o »repensar«, si esto genera menos inquietud) con el fin de que los recursos se distribuyeran de manera más equitativa y durante todo el año (no en un solo sitio y en un evento enorme), siguiendo el modelo de Salas concertadas que se tiene para el teatro. Esto lograría »mover« el medio, a la vez que permitiría que espacios alternativos y museos pequeños, que sobreviven a duras penas, tuvieran exposiciones de manera constante, y multiplicaría las posibilidades de exhibir para artistas de todos los niveles.

4. El modelo curatorial no es dictatorial; es, por definición, excluyente. Pero esto no es un problema: es su naturaleza, y trae más beneficios que males, debido a que es claro el propósito que lo anima. Unos parámetros curatoriales lo que hacen es definir un universo más restringido sobre el cual actuar. Por ejemplo, una exposición que tendrá por sujeto »Mujeres escultoras de la década del sesenta en Santander« ha definido, desde sus parámetros curatoriales, un perfil preciso, basado en cuestiones de género, medio, región y temporalidad. Todos aquellos artistas cuya obra no sea consistente con el propósito curatorial quedarían excluidos. Por oposición, un festival es »abierto a todos«.
El problema con el Salón es que en su etapa final, había perdido su poder de convocatoria y por lo tanto su función de »termómetro«, y es por eso que he planteado que una serie de salones con curaduría permitirían ver más claramente lo que está pasando en el medio artístico colombiano de hoy en día.

5. El argumento dominante del artículo era mucho más sencillo: démosle la oportunidad al Proyecto Pentágono de probar sus virtudes y defectos (actualmente el futuro de dos de las cinco exposiciones es incierto); una vez logrado esto, podremos parangonarlo con el modelo anterior.

José Roca


Carlos Jiménez

(15 de agosto de 2000; curador)

Vuelvo sobre el debate que hemos abierto sobre el arte colombiano, su situación, sus instituciones y sus medios para afirmar:

1. Ojotravieso »dio la cara« y lo hizo de un modo que me satisface. Como ya demostró convincentemente Gilles Deleuze hay otras formas de singularidad distintas a la de identidad individual y la del nombre propio.

2. José Roca tiene razón cuando critica la falta de crítica en los medios bogotanos. Es cierto: estos se limitan en la mayoría abrumadora de los casos a »informar« y esta información, así como la decisión sobre cuales informaciones se dan y sobre cuales no, se deja en mano a unos informadores bastante desinformados que la mayor parte de las veces cumplen su tarea en función de la simpatía o la antipatía que le despierte la exposición y/o los artistas.

Como subraya Ojotravieso estos comunicadores sociales a veces se toman dos tragos con el artista, se la pasan chévere con él y le dedican dos páginas de un semanario de circulación nacional. Eso para no hablar de los que sin derivar el más mínimo placer personal les toca comerse vivo el sapo de que su jefe de redacción les de la orden de darle un gran despliegue a la obra calcinada de alguna novia de algún expresidente.

Desgraciadamente esta situación no es exclusiva de Bogotá: se da igualmente en el resto del mundo, aunque, vale subrayarlo, no con tanta impunidad como de la que hasta ahora han gozado nuestros periodistas culturales. Es como si la historia, a fuerza de rodar, haya terminado dando la razón a Joseph Goebbels, el Ministro de Propaganda del Tercer Reich, quién, tal y como lo citó Joseph Kosuth en la gran instalación que realizó en la Documenta de Kassel de 1993, ordenó la supresión de la crítica de arte de la prensa alemana, con el argumento, muy de moda actualmente, de que esa crítica promovía polémicas inútiles, que alteraban y perturbaban la unidad espiritual del pueblo alemán. Lo que debe hacerse - añadía Goebbels -, es limitarse a informar para dejar a cada lector en la libertad de formarse su propia opinión.
Lo que entonces calló este legendario cómplice de Hitler es que la política que impulsaba sin contemplaciones el ministerio a su cargo era la de excluir y lanzar a las tinieblas exteriores a cualquier manifestación artística que no estuviera en consonancia con ese espíritu del pueblo alemán. O sea, en su contexto la representada por los grandes artistas modernos que él mismo reunió en la exposición de Arte degenerado de Munich para someterlos al escarnio público antes de mandar a quemar sus obras.

3.- En cuanto al Salón Nacional, quiero reiterar que estoy de acuerdo con que se lo haga, si es que se puede, si es que finalmente va a haber plata para hacerlo. Y, todavía más: estoy de acuerdo con Ojotravieso cuando critica la identificación que a este respecto hace José Roca entre democracia y falta de calidad o de rigor en la selección de obras. Pero no creo que el Salón en su ya larga historia haya sido democrático, entendida por democracia en este caso la imposición del gusto de la mayoría, contabilizada en votos. Yo creo que aún el examen más superficial de su historia muestra que el Salón fue, más que »el termómetro del arte nacional«, un poderoso instrumento para imponer como hegemónica una determinada concepción del arte. En los años 30 y 40 esa lucha por la hegemonía se dio principalmente entre el academismo supérstite, defendido por los conservadores con Laureano Gómez a la cabeza, y los nacionalistas que seguían el ejemplo del muralismo mexicano, defendidos por el ala izquierda del partido liberal. Al final de los 50 y durante los 60, 70 y hasta los 80 esa lucha por la hegemonía es resuelta a favor de un tercero en discordia: el arte moderno, tal y como practicado y/o conceptualizado e historiado por o en el seno de la Escuela de Nueva York. Marta Traba es el nombre que cifra este prolongado período donde el Salón estaba en principio abierto a todos, pero donde sólo participaban de hecho aquellos que se dejaban medir con la vara de la modernidad. Dados estos antecedentes a mi me parece que el Salón, sólo podrá mantenerse, en cuanto actividad patrocinada por el Estado, o sea con fondos públicos, si da cabida al multiculturalismo y a la diversidad de paradigmas estéticos característicos de la situación posmoderna.

Y, por último pero no por último menos importante, si en su funcionamiento se acoge a los principios de transparencia, igualdad de oportunidades y profesionalismo que deben o deberían regir todas las actividades estatales. Y que, como cualquiera sabe por su propia experiencia, han faltado en muchas de sus ediciones anteriores.

Este texto es una nueva colaboración mía al debate que sobre el arte en Colombia, sus instituciones , su pedagogía, los medios y la crítica de arte que abrieron hace unas tres semanas columnadearena@egroups; ojotravieso@hotmail.com; momentocritico@egroups.com y Zoom.

Si quiere conocer los documentos que han circulado previamente, por favor diríjase a cualquiera de las primeras direcciones electrónicas.

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©  Texto: Carlos Jiménez; Columna de Arena: José Roca

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