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Contribuciones al foro »Curaduría vs. demagogia participativa« - Columna no. 29

Contravía
El ruido y las nueces
Cultura es la capacidad para gozar la tierra y honrar la materia con la sustancia de los sueños. Tenemos la Ministra que merecemos.
Por Eduardo Escobar

(El Tiempo, martes 5 de septiembre)

Hacia mucho tiempo que el país no veía un funcionario castigado con tanta sana como lo ha sido la señora Ministra de Cultura estos días, además con entera justicia. Cipote ligereza merece la paliza que recibí. Se le dijo todo: ramplona, provinciana, impertinente. Hasta fascista le dijo Mauricio Pombo en este diario y le advertía que de esa clase de reducciones puede surgir Hitler.

La visita de Clinton fue la campana de salvación que le permitió a la pobre mujer tomar un respiro de esquina en medio del soberbio linchamiento. El perro que saludo a Clinton, Clinton y su hija, Clinton y la Pollera colora, Clinton y el Presidente, el espectáculo del servilismo y la adulación del poder que nos hizo pensar que Colombia hubiera debido llamarse Moniquira, con tantas Monicas como participaron en la parada del emperador.

Con la inmensa facilidad que nos asiste para escandalizarnos con carajadas, entre los palos que le dieron y los argumentos que esgrimieron para justificarlos, es decir, que Bach no necesita defensor, que el vallenato fue tocado antes con guitarras españolas y hoy se canta, o aulla, compañado con acordeones alemanes; que estamos en un mundo más ancho y rico de lo que piensa nuestra puerilidad aunque sea en un revuelto suburbio; que mamamos de un modo evidente de una horrible, admirable excrecencia del Africa y el Asia que llamamos Europa, en una oscura provincia de la cultura occidental; que una de las gracias que nos adornan entre tantos defectos como publicamos es el lujo de leer a Sartre entre dos merengues y tener a San Juan de la Cruz y el ayahuasca para acceder a la esencia del ser y la noche; que, católicos pulidos por los arrepentimientos e inocentes paganos sin historia, inclementes como conquistadores, antropófagos como caimanes, pacientes como tortugas y benedictinos, somos a pesar nuestro una hermosa, pavorosa, híbrida, desvergonzada formación del alma humana cuyo mayor atributo es el lugar común que asegura que el futuro nos pertenece, por ser el horno último de las razas; el lugar donde se realizará la redención de la especie, etcétera (el desenfado de la Ministra sirvió para pensar muchas cosas, casi todo se dijo), nadie dijo que lo peor no es la Ministra, que el Ministerio disimula un gran remordimiento con una fachada de beneficio.

La Ministra es un síntoma de un montón de enfermedades sistemáticas, en el orden de cosas. Primero, porque dirige un organismo paupérrimo, un embeleco improvisado por razones politiqueras. Y segundo, porque en Colombia la cultura cuando no es asimilada al show y los cócteles se persigue sin mas, y todos los días matan un maestro rural, un profesor universitario, un montón de bailarines y acordeoneros en alguna parranda pueblerina y hemos convertido las razones en pura demencia. Las reservas materiales y espirituales que son la cultura van aceitando las maquinarias de los padres de la patria y alimentando a sus entenados, llenando los huecos negros de latrocinios ajenos y financiando el incendio de la guerra. Vivimos hace años una abierta persecución a la cultura que es el arte de vivir, sin contar con el precio de los libros. Y los discos de Bach. O el riesgo de pensar a cuenta propia.

La causa ultima, en todo caso no la menor, de la escandalosa situación de barbarie, de la formidable matanza y la Ministra que tenemos, es el antiguo desprecio por la inteligencia y el genio de la vida. La cultura no se reduce a Bach, en las alturas y la paz de los hombres de buena voluntad, ni a Diomedes - el nombre es griego - Díaz, donde este. Es la capacidad para gozar la tierra y honrar la materia con la sustancia de los sueños. Un poeta nadaista dijo: »Cultura es el serrucho que me sirve para construir mi cama. ¿Pero de qué me sirve mi camastro si no me dejan dormir en él?«. En este país torcido, ¿qué ministra queríamos? ¿A Aspasia, Diotima, Hipatia, Simone de Beauvoir? Tenemos la que merecemos.

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©  Texto: Eduardo Escobar; Columna de Arena: José Roca

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