índice no. 3
José Roca
Reflexiones críticas desde Colombia


Los espacios inexistentes

En la primera edición del Directorio Nacional de Museos compilado por Fernando López, Museólogo del Museo Nacional, nos enteramos que en el país existen 370 (!) Museos, de los cuales hay 56 en Bogotá. Un vistazo al directorio telefónico nos informa que en la capital hay mas de 140 galerías de arte. Este dato es mas significativo de lo que parece, pues demuestra que hay un interés por parte del público en el arte, independientemente de la calidad de lo que se exhibe o enmarca en estos sitios. Con lo cual convendría preguntarse si lo que ha hecho falta es una política seria de educación del público, para apoyar un mercado cuyas bases estan mas o menos establecidas. Un observador desprevenido podría preguntarse: ¿donde está, pues, la crisis de la que tanto se habla, la tan publicitada muerte de las galerías? El enunciado anterior es tan solo una reflexión provocadora, pues cualquiera medianamente familiarizado con la discusión actual puede rescatar a lo sumo una decena de Galerías dignas de ese nombre. El desprecio del medio del arte »serio« (aquí hay un evidente juicio de valor, pero para nadie es un secreto que hay dos medios del arte paralelos que casi nunca se cruzan) hacia las llamadas galerías-marqueterías es comprensible: son espacios regidos con una prioridad económica, manejados por lo general por personas sin mayor criterio, y en la mayoría de los casos sin los mínimos conocimientos o intereses en los discursos del arte contemporaneo.

¿Y que pasa con las galerías »serias«?

Las mas conocidas se estan replanteando. La Valenzuela & Klenner pasa por una hibernación forzada: emprendió un ambicioso proyecto de renovación arquitectónica de un viejo inmueble que coincidió con el momento mas inestable de la crisis político-económica del actual gobierno. Carlos Alberto González viaja a España con el fin de lograr vínculos mas productivos entre los artistas que representa y los curadores internacionales (podríamos decir que cambió la promoción »pasiva« de la galería tradicional por una actitud mas activa y directa); la Galería El Museo cambia de sede a una mas modesta, y habrá que esperar cuales seran los enfoques que va a privilegiar ahora que contará con menos espacios.

La Galería Garcés Velásquez anuncia que cierra sus puertas al público; este hecho es lamentado por el medio del arte con la misma nostalgia con que se recibe la noticia de la muerte un ser querido tras la dolorosa agonía de un mal terminal. Esta Galería, bastión de la promoción del arte colombiano durante las dos décadas pasadas, tomó partido (por un compromiso sincero con sus artistas y con los planteamientos que estos hacían, por un sentido conservador o por poca capacidad de riesgo) por el modelo moderno, que privilegiaba la pintura como expresión central del discurso artístico, sustentada por la reflexión crítica de pensadores como Clement Greenberg o Robert Hughes. Las líneas de fuga que se vislumbraron a principios de esta década, como el trabajo de Doris Salcedo, Víctor Laignelet o Maria Fernanda Cardoso fueron eso, líneas de investigación artística que se fugaron de la galería, tal vez porque no encontraron en ella el espacio de convocatoria adecuado a sus expectativas de visualidad. Todos los procesos cumplen un ciclo, y tal vez el de la Garcés ya se había cumplido. Laignelet ha reinventado su praxis pictórica, en un trabajo arduo y riesgoso, que tan solo recientemente ha tomado nitidez. Doris Salcedo sigue siendo la figura de proa del arte contemporáneo colombiano, aun cuando ella, en un gesto valeroso pero pueril, se niegue a exponer en nuestro país, y decline todas las invitaciones institucionales para hacerlo. La exposición de Alberto Sojo, luego de la cual se cerrará la Galería, es un apropiado canto del cisne: una de las figuras mas jóvenes del llamado »grupo de París«, que representa además la pervivencia del modelo moderno de pintura que se resiste a los llamados de otros medios de expresión, como la instalación (con la cual la generación de »pintores pintores« parece tener una relación que fluctúa entre el desprecio, la displicencia cínica y un interés mediado por el escepticismo).

Recientemente tuve la oportunidad de visitar la Fundación Beyeler en Basilea, albergada en un soberbio edificio concebido por Renzo Piano, el arquitecto que en los setentas ganó notoriedad por su diseño entonces vanguardista del Centro Pompidou. La colección de arte de Beyeler, quien tuvo una Galería desde los años setenta, incluye obras de los grandes maestros del arte moderno, entre ellas Cézanne, Monet, Kandinski, Klee, Matisse y Picasso. La creación de un museo para albergarla marca un ciclo en el desarrollo de la Colección y de la Galería misma, que sigue funcionando con los mismos parámetros e intereses con los que se constituyó la colección. En una entrevista se le preguntó al Sr. Beyeler si dado que hoy en dia la Feria de Basilea (de la cual fué fundador) se esta concentrando cada vez mas en arte contemporáneo, había alguna posibilidad de que iniciara una colección de este tipo de obras. Beyeler afirmó: »No creo que sea posible continuar indefinidamente. No tiene sentido ponerse a coleccionar (o exponer) arte contemporáneo simplemente para probar que uno todavía está joven. Uno debe coleccionar aquello que siente mas próximo. Yo, por mi parte, me siento atraído por un arte que tenga un impacto visual, y en donde esto no sea dominado por consideraciones intelectuales. Siempre he coleccionado lo que me mueve y me fascina. Nunca he visto el arte como una forma de inversión«. El reconvertirse implica un trabajo de reflexión, un proceso de formación de los coleccionistas (que tal vez no estén interesados en seguir este nuevo rumbo), y mucho sentido de riesgo, desafíos que la Garcés Velásquez tendrá que afrontar. Quedan, pues, aparentemente pocos espacios en donde exponer, que se cuentan con los dedos de las manos (siendo optimistas, generosos o laxos). Este discurso se escucha cada vez que se discute sobre le estrechez del medio y la falta de lugares en donde desarrollar una práctica expositiva. Sin embargo, a mi juicio, aún quedan posibilidades por explorar. Muchos de los museos existentes, así su sujeto de estudio no sea propiamente el arte, pueden ser excelentes espacios en donde actuar, puesto que propuestas contemporáneas en contextos fuertemente cargados (como por ejemplo, una exposición de las piezas »precolombinas« de Nadín Ospina en el Museo del Oro o en un museo etnográfico, o una muestra José Alejandro Restrepo sobre los Viajeros en el contexto del Museo Nacional) tienen una lectura mas compleja y problematizante que en el recinto neutro y aséptico de la sala de arte, llámese Museo o Galería. La artista francesa Annette Messager expone en este momento en el Museo de Arte Africano y de Oceanía de París una instalación que pone en cuestión las nociones de exotismo y folclor, categorías tradicionalmente utilizadas por los museos etnográficos para mirar el arte de los pueblos »primitivos«; esta exposición que no hubiera tenido el mismo eco si se hubiera presentado en una galería tradicional.

En nuestro medio, pocos artistas han explorado esta posibilidad, posiblemente porque no se la han planteado, o tal vez porque la tentación de actuar en espacios de fuerte aceptación gremial - que cumplen un papel validatorio - está ya muy arraigada, y dadas las pocas oportunidades, el solo exponer se convierte en todo un logro profesional.

Sin embargo, reitero, los museos existentes son espacios dignos de explorar. Esta relación simbiótica sirve de ambos lados: al artista, como contexto difícil e interesante por lo cargado y determinante: al Museo, por la sorpresa que puede significar para su visitante habitual, y por el aire renovado que puede recibir de la intervención de un medio ajeno a su tema de trabajo, del público cautivo que esto puede traer, y en general por las reflexiones que puede forzar una coexistencia que no por lo incómoda o inesperada carece de validez.

Puesta en esta perspectiva, la tan publicitada crisis de los espacios expositivos, o bien no existe, o bien existe dentro de los límites de lo que los artistas consideran como su ámbito natural de actuación. Pero se debe pasar a la acción, con el fin de estimular un debate que tenga continuidad. Los ejemplos del Espacio Vacío, de la Bienal del barrio Venecia o las jornadas de puertas abiertas en los talleres demuestran que hay todavía posibilidades de crear espacios de confrontación de la obra con el público fuera de las esferas de lo institucional; corresponde a los artistas reclamar para sí estos espacios. Recordemos la fábula de aquella zorra que afirmaba que no había nada que no pudiera comer. Al mostrársele un racimo de uvas verdes que pendía a dos palmos de sus narices, respondió: »es que están fuera de mi alcance«.

Bogotá, julio de 1998

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