índice no. 4
José Roca
Reflexiones críticas desde Colombia


Gráfica crítica

Recientemente tuve la oportunidad de visitar la célebre Feria de Basilea, conocida en todo el mundo como el prototipo de la feria comercial de arte. La feria está planteada como un evento cultural a la vez que comercial, y su espectro es amplio: desde la pintura de las vanguardias de este siglo, pasando por la escultura, la instalación, la fotografía y la obra gráfica. Una de las cosas que más me llamó la atención es el hecho que en una galería importante (como la Galería Maeght, que representa entre otros a Giacometti, Arman, César y Miro), sea posible conseguir grabados de estos artistas por un precio bastante razonable. Si se hace una comparación con los precios en que se comercia la obra gráfica en nuestro país, será evidente que los precios en Colombia son altos en relación con los estándares internacionales. Un grabado de un artista reconocido en Colombia, como Víctor Laignelet, Santiago Cárdenas, Juan Antonio Roda o Luis Caballero oscila entre los 1000 y los 3000 dólares. Pero hay que poner en perspectiva estos precios, sobre todo en relación con el reconocimiento global que pueden tener - o no - nuestros artistas. En la Galería Maeght pude ver obras de Miró en el equivalente a 9000 dólares, y de Antoni Tápies por 2600. Y no se trata de »precios de Feria«, ni de una circunstancia excepcional. En una librería de viejo en San Petersburgo (18 del Bulevar Nevski, para más señas), se pueden conseguir obras importantes a precios más que razonables, como un grabado de Daumier, con sus iniciales, en 1000 rublos (170 dólares), y un bellísimo grabado en metal de 1903 del pintor y dibujante austríaco Alfred Kubin por un precio realmente bajo: 300 rublos, menos de 50 dólares. Un reporte sobre las ventas en una subasta reciente en Paris (Connaissance des Arts #552, Julio-Agosto 1998) muestra que un grabado de Durero, tiraje original, se vendió por el bajo precio de 3000 francos (alrededor de 500 dólares), lejos en todo caso del famoso Adán y Eva, que se vendió en 400.000 francos (casi 70000 dólares). Una serigrafía de Niki de Saint Phalle, de quien tuvimos la oportunidad de ver una retrospectiva en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, se vendió en 8000 francos (Ganesha, 1992, 65 x 50cm), unos 1400 dólares. Otros ejemplos (Christie's): Francesco Clemente, 2500 dólares; Chuck Close, 3000 dólares; Richard Serra, 3000.

La pregunta que siempre surge es la obvia: ¿porqué la obra de arte es tan cara en Colombia? Y, sobre todo, ¿porque algo como la gráfica, que fué sustentada en sus orígenes por una voluntad de acercar la obra de arte a un público amplio mediante una producción en serie con el fin de bajar los costos por unidad, se cotiza en nuestro país al precio en que se puede conseguir en el extranjero una obra original de un artista con reconocimiento y curriculum equivalente?

La respuesta no es sencilla, y para intentar esbozarla hay que remontarse a los orígenes mismos de la gráfica moderna. Con una voluntad amparada en un ideario social, la gráfica se propone en sus inicios como una manera de acercar al gran público al conocimiento de la obra de arte. Como lo afirma André Malraux en El Museo Imaginario, la popularización y democratización del arte se dió gracias al desarrollo del grabado, a tal punto que el conocimiento del arte occidental y su difusión se sustentan en buena parte en el grabado mismo, y no en el original: »Baudelaire nunca vió las obras capitales del Greco, ni de Miguel Angel, ni de Masaccio, ni de Piero della Francesca, ni de Grünewald, ni de Ticiano ni de Hals - ni de Goya, a pesar de la Galería de Orleans...«. Baudrillard afirmaba que en nuestra sociedad mediatizada »el simulacro precede al hecho«; otorgamos un valor exagerado a la gráfica en virtud de una memoria atávica que nos dice que la conocimos a ella antes que a la pintura que quiere presentarnos? Hay una paradoja en el nacimiento de la gráfica, evidenciado por Gerardo Mosquera en El diseño se definió en Octubre : »Nuestro grabado 'artístico' porta una contradicción: es un medio de reproducir que autolimita sus posibilidades de reproducción«. A pesar de querer multiplicar la obra de arte para llevarla al público más amplio posible, los artistas no se resistieron al llamado del original: salvo pocas experiencias como el Taller de Gráfica Popular de México (que sigue su labor desde la Revolución misma editando series de grabado que se venden a precios ínfimos), hasta experiencias relativamente desconocidas como los »Grabados Populares« de Alvaro Barrios - que se diseminan a través de los periódicos y se firman por el artista gratuitamente -, cuya importancia en la historia del arte del país está todavía por evidenciar, la gráfica le fué infiel a su ideario: papeles costosos, tirajes limitados, precios elevados, todos ellos características que permitían reconocer en el grabado su cercana parentela con el »Gran Arte«, y su aspiración de ser un sucedáneo del fetichizado »original«: Desde un principio, al no posibilitar una reproducción ilimitada o en grandes cantidades, la gráfica se limitó a si misma en el sentido en que se planteó no como la superación total de la noción de original, sino como un sistema de varios sucedáneos del mismo, cuyo valor varía en función de la cantidad de copias, si estan numeradas, si están firmadas e inclusive en función de la antiguedad de la edición, como es el caso de los grabados de Goya.

El trabajo continuado que han sabido llevar en Bogotá talleres como Arte Dos Gráfico, Giangrandi, La Cicuta y galerías como la Sextante, entre otros, no ha logrado sin embargo un cometido esencial: que la obra de arte sea accesible a un público amplio, para asi cumplir la función social de ensanchar la base que sustenta el medio del arte mediante una vía alterna de entrada al coleccionismo.

La popularización de la obra de arte a traves de la obra gráfica no puede tener sino aspectos benéficos: lo que sin duda ha alejado al público de las galerías y ha provocado sus »crisis« es la incapacidad de estas a crear un mercado accesible a los profesionales jóvenes, quienes pueden desarrollar un interés sincero en el arte, y que si duda podrían ser los grandes coleccionistas de los años por venir. Los altos precios de la gráfica son sintomáticos del estado actual del mercado, y si las galerías y editoras especializadas en este medio no hacen un esfuerzo creativo, la década que se avecina los encontrará sin coleccionistas nuevos que estén en disposición de tomar el relevo y así contribuír al desarrollo de un medio del arte sano que no dependa de los regalos institucionales de fin de año, en el que los artistas reciban el apoyo y la difusión que se desprenden de un sistema de coleccionismo motivado por el interés en la obra y no por su valor como objeto de estatus y de reconocimiento social.

Bogotá, agosto de 1998

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