índice no. 43
José Roca
Reflexiones críticas desde Colombia

Comentario a Columna 43 6 de mayo de 2002
Mauricio Cruz
Artista colombiano, radicado en Nueva York

Respuesta a José Roca

Como estábamos diciendo...

A la serie de distorsiones y malentendidos que ha caracterizado nuestra discusión -que no es fácil- le faltaba únicamente la de José Ignacio sumando oportunamente artillería con el email de Fuenmayor, y la de Gaitán para completar el proceso gradual de babelización, pues, a pesar de que el arte es nuestro lenguaje común, parece como si todos estuvieramos hablando un idioma distinto.

En estas circunstancias, me parece un tanto arduo, aunque inevitable, tener que aclarar algunos puntos en donde José Ignacio, tomando al pie de la letra mis observaciones, reacciona haciéndome el retrato parcial de alguien pasado de moda por el sólo hecho de no tragarme entero el gato por liebre de muchas de las prácticas artísticas actuales. La cosa no es tan sencilla y él lo sabe.

Mi "desconfianza frente al arte actual", como repetidamente la califica, no es para nada "a priori". Al contrario, lo que la produce son los hechos concretos, las evidencias estadísticas de esa actividad asombrosamente homogénea en que consiste el arte actual. No creo ser, ni mucho menos, la única persona que observa con recelo el desenvolvimiento oficial del arte contemporáneo, pues no tengo manera de saber si la lista de detractores a posteriori sea tan amplia como la de defensores a priori.

La reacción a la columna 43 mas que causal fue casual. Si mi objeción hubiese sido específica seguramente la habría citado en detalle. Lo que su texto indirectamente me hizo pensar ("suscitado por") fue en un cierto tono general que han asumido tanto la intermediación como las elaboraciones contextuales de muchos artistas. A partir de esa sensación atmosférica, para mi sintomática, quise introducir una discusión sobre un punto que considero estratégicamente importante en el sentido de que podría revisar genéticamente aquello de la función contextual: el collage y el readymade.

Cuando José Ignacio dice que esta discusión le recuerda peligrosamente la del traje del emperador, si no me equivoco el enfrentamiento que sostuvo con Andrés Hoyos, alias el malpensante, creo entender porqué lo dice. En esa ocasión el diálogo "de sordos", como José Ignacio lo resume, estaba polarizado en dos posiciones representadas por un curador actualizado (él) que validaba muy a groso modo las experiencias actuales, defendiéndolas con el entusiasmo inocente de un fervoroso creyente pero con el inconveniente de parecer anestesiado en lo crítico por sus seducciones formales, y un escritor cascarrabias (aquel) que se quejaba muy castizamente de la calidad de los textos, las exposiciones y las obras; más concretamente de la teatralidad intelectual del sistema (cosa que comparto); evidenciando sin embargo en sus argumentos una falta de comprensión sobre las ideas artísticas en que esas prácticas consisten; limitado tal vez -digo yo- por un reaccionario principio de irreverencia aristocrática y por la distorsión perceptiva resultado de altas dosis de cultura letrada.

Mientras los leía, dependiendo de los respectivos argumentos (Protágoras decía que hay dos lados de cada cosa exactamente opuestas la una de la otra), podía ponerme en lugar del uno o el otro ya que no creo pertenecer a ninguno de estos extremos, como José Ignacio quisiera creer.

En todo caso sigo estando de acuerdo en que la situación descrita en la historia del Traje Nuevo del Emperador, creer para no ver, al contrario de Santo Tomás, ilustra perfectamente el problema. Siendo invisible, el traje del emperador elude la crítica, de ahí la ceguera.

En la caricatura dogmática que José Ignacio me hace en su email: "parece convertirse en el guardián de las llaves del reino, o al menos el protector del legado del maestro, explicitando una desconfianza a priori frente al arte que se realiza en un espacio en el cual categorías como lo bueno, lo bello y lo verdadero -o el estilo y la tendencia, o el talento y el oficio- no son ya criterios válidos per se", me atribuye no obstante una "erudición reconocida" con relación a "la obra de dos de los "monstruos" del pensamiento artístico contemporáneo, Cage y Duchamp."

Hum! Curiosos ingredientes esotéricos: "guardián de las llaves del reino", "protector del legado del maestro", "erudición reconocida", "monstruos del pensamiento". En otras palabras: Celosos tesoros, ocultos arcanos, gárgolas intimidantes... Naturalmente, todo esto forma parte de la mitología del mundo del arte, de los diversos niveles y las dificultades "del pensamiento artístico contemporáneo". Lo que me parece curioso es la ambiguedad del argumento: por un lado, reconocimiento; por el otro, banalización.

Y no, ninguna erudición, puro criterio autodidacta: cuando detecto algun interés o afinidad, o un "pensamiento" sea este contemporáneo o no, pues le organizo un archivo, un seminario o un curso, eso es todo. A la lista tentativa de "monstruos" le cambio a Beckett por Nabokov agregándole digamos Johns, Glenn Gould y McLuhan. Pero si de lo que se trata es de "héroes", en mis cuadernos-íllico, entre otros divertimentos, tengo un Album Adolescente con más de 75 personajes (desde Bruce Lee hasta Baltasar Gracián pasando por Lucho Bermudez) que alguna vez utilicé para hacerme un retrato.

No deja de parecerme extraño que ante mi intento de revisar estratégicamente el readymade José Ignacio reaccione diciendo que "la época en que las historias oficiales podían pretender representar la versión "correcta" o "verdadera" de las cosas terminó afortunadamente hace rato. Los cánones están siendo repensados". Como queriendo evitar tener que entrar en materia escudándose en una malinterpretación anticipada. Además, ¿cuáles cánones, los que se demolieron hace 100 años o los que hoy se instituyen? ¿Quién será entonces, en últimas, el guardián de las puertas del templo "del arte que se realiza en un ESPACIO en el cual categorías como lo bueno, lo bello y lo verdadero", etc, etc?

También, lo que José Ignacio considera "una buena respuesta para la pregunta de Patricia Zalamea sobre si hay algún caso en que el texto reemplace la obra" aplicando el ejemplo de Wenemoser -la circulación de rumores alrededor de obras que no ha ejecutado- en un sentido que no tiene nada que ver con lo dicho. Pues una cosa es reemplazar, sustituir efectivamente con un texto una obra que consiste en una imagen concreta y otra, muy distinta, proponer un texto que hace las veces de obra a partir de una "obra" que nunca existió. Declarando en seguida, quién sabe gracias a que misterioso mecanismo de causalidad, una especie de guerra civil entre "especialistas" del arte (críticos, historiadores, curadores y artistas) alegando ansiedad compartida entre historiadores y artistas (más concretamente, entre la historiadora y yo) "ante la disolución de las fronteras que antes delimitaban los campos artísticos?, es decir, frente al papel protagónico de los curadores (él), insistiendo, eso sí ansiosamente, que "la curaduría misma es un acto creativo, aunque nunca nadie la consideraría una ?obra de arte?". Como si uno no se hubiera movido toda la vida entre esos, y otros, cargos y oficios, sin problema.

Pero el enredo parece ser otro: literalidad intencionada con el propósito de banalizar, atribuciones erróneas intentando escamotear un reclamo ya generalizado sobre la calidad mediática, sobre los dispositivos y lenguajes de la intermediación entre el arte y el público. Pues a mi me parece que lo que José Ignacio en últimas defiende, es ante todo el valor institucional del arte, cuando lo que hizo el readymade entre otras cosas fue intentar eliminar el arte como institución. Lo que queda claramente evidenciado cuando finalmente pregunta "¿qué pasaría si no se tuviera el contexto adecuado para que esas prácticas sean inteligibles?". La que viene a ser la misma pregunta que hice en mi primer email (!) sólo que dando por supuesto, primero, que es adecuado y segundo, que por consiguiente se hacen inteligibles; cuando precisamente la sospecha recae sobre el ejercicio ortopédico de su validación con-textual.

Nociones también derivadas de una idea que anda desde hace un tiempo por ahí, construyendo sistema, y que a José Ignacio le gusta repetir triunfalmente como si se tratara de un argumento. Aquella de que "categorías como lo bueno, lo bello y lo verdadero -o el estilo y la tendencia, o el talento y el oficio- no son ya criterios válidos per se". Del cual deducimos, en idéntica cosecha, el de que la originalidad ya no importa, legitimando de paso los oportunismos variados en que consiste la tal "apropiación". Lo que no deja de ser otro poderoso cliché, otra derivación literal de los problemas de identidad planteados también por el collage, el readymade y algunas ideas importantes del post-estructuralismo.

A saber, la conclusión post-estructuralista de que "el significado nunca es estable y que los "centros fijos" de los conceptos básicos utilizados para anclar el sistema filosófico del significado de una obra de arte pueden ser siempre "deconstruidos" o mostrados, desestabilizándose a sí mismos", ya que "para Heidegger, como para Derrida, no existen centros fijos o conceptos tales como "yo" o "mundo" a los cuales podamos anclar nuestros sistemas filosóficos."

Teoría con múltiples resonancias, pues incluso ella misma cae en el presupuesto de que "el estilo individual es una síntesis de diferentes fuentes? y que por consiguiente, "el sujeto (el autor: llámese Derrida, Marcel, José, usted o yo) es una ficción, y que las representaciones que ofrece no son verdaderas con relación al mundo?. Mientras que Lacan, por su parte, "niega el principio de que la obra de arte expresa las ideas inconscientes de un individuo, tratando en cambio el inconsciente como un lenguaje que utiliza conceptos públicamente disponibles."

Pero no hay que alarmarse, el problema (del sujeto) seguirá siendo siempre un problema de interpretación. Heidegger habló de la VERDAD como de un "descubrimiento" o una "revelación" proclamando que esta es la función primordial de las obras de arte." Lo que nos deja exactamente en el punto de partida frente a nuestra capacidad intuitiva de romper la armadura del uso, accediendo a la revelación escondida en el cliché.

Como lo puso Mcluhan: "mientras que en toda situación el 10 por ciento de los eventos causa el 90 por ciento, ignoramos el 10 mientras nos sorprendemos del 90."

fine
Mauricio Cruz.

PS- Debido a falta de tiempo, y de disposión, me queda pendiente el comentario, ese sí más breve, sobre el texto de Fuenmayor y el de Gaitán.
  Columna 43 - comentarios

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©  Texto: M. Cruz, Columna de Arena: José Roca

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