no. 59 |
José Roca |
12 de mayo de 2004 |
Este texto se publicó con motivo
de la exposición 1204 tr/h en la Alianza Francesa en Bogotá
(6-28 de mayo 2004) |
José Roca: Mirando turistas |
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"Ahora todos somos turistas, y no hay escape. Cada año hay más de dos millones de nosotros, y cuando volamos en todas las direcciones y nos acomodamos en nuestros seudo-lugares, constituimos cuatro veces la población de Francia." Paul Fussell, Abroad (1980)
En efecto, todos somos turistas; no hay escape posible. El turismo, que en su aspecto positivo puede ser entendido como un interés sincero en conocer otras culturas y en su negativo como una forma contemporánea de colonialismo, es una de las prácticas culturales más extendidas del último medio siglo, y se ha convertido en una industria global que se basa en la explotación de la diferencia, de la necesidad de escapar de lo conocido, del afán de conocer al otro en el lugar en que ese otro vive. Pero el turismo está plagado de paradojas y contradicciones: por ejemplo, se visitan los sitios que ya se conocen de antemano a través de la información, con lo cual la experiencia turística es más de constatación que de descubrimiento; se llega a hoteles y restaurantes de cadenas conocidas, con los cual dos de las experiencias esenciales de un lugar, su arquitectura doméstica y su gastronomía son reemplazadas por lo estándar, lo familiar, lo seguro. Inclusive las fotografías que se toman son de los mismos sitios y desde los mismos ángulos, que corresponden a la parada en el trayecto turístico, al mirador o al emplazamiento del monumento. Hay una expresión para nombrar los sitios en que se provee al visitante de un "exotismo indoloro": tourist traps; las Áfricas de hoy, que están por todas partes, se han percatado que "el turista se mueve hacia la seguridad del puro cliché", como afirmara Fusell 1, y nos esperan, al acecho, con sus trampas. Salimos de viaje como antes salíamos de safari: a cazar especimenes exóticos para exhibirlos a nuestro regreso. No es casual que en algunos idiomas la palabra para designar el acto de tomar una fotografía sea disparar, la misma que para accionar un arma: son formas de dominar el mundo para poder traerlo con nosotros. La fotografía, y mas recientemente el video, son las formas en que el viajero trae a casa su botín: si no se fotografió, se perdió como experiencia, o por lo menos como testimonio de ella para los demás, y en consecuencia su valor como estatus y legitimación se pierde por completo: nadie sabrá jamás lo que hemos visto, dónde nos han visto, en qué lugares hemos dejado una huella. Acudiendo a la verosimilitud que se le otorga a priori a todo los que está fotografiado, y en un acto profundamente irónico, el artista colombiano Alberto Baraya ha viajado por todo el mundo en un proyecto de "legitimación de una pintura" por medio de su inclusión en la historia (a través de relatos), en el mito (visitando sitios legendarios) y en la fotografía de otros, insertándose subrepticiamente en ella [1]. Baraya, artista-turista, viajó con una pintura enrollada que dejaba, al descuido, frente a las obras maestras del arte universal (las señoritas de Avignon, la rueda de bicicleta de Duchamp), o los lugares clásicos de la historia de Occidente: la Plaza de San Pedro en Roma, el Templo de la Reina Hatshepsut en el Valle de los Muertos en Luxor. La pintura representaba la cabeza cercenada del artista, a la manera de la cabeza de Juan el Bautista. Con el argumento de legitimar su obra a través de la inclusión en la fotografía de otros, Baraya estableció un espacio de interacción entre su propia obra, la historia, la ficción y el mito. Baraya ha realizado también un extenso trabajo fotográfico en el Museo del Prado en los cuales la doble exposición genera situaciones irónicas entre los diversos visitantes y las obras maestras. |
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1. |
Las etapas de este proyecto han llevado por título "Mira que has de morir, mira que n o sabes cuando“, “Proyecto Venus” y “Mitificación egipciaca de una pintura”, entre otros.
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