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La oposición entre cultura y naturaleza ha sido un tema constante
en la obra de Milena Bonilla, quien ha trabajado con especies vegetales
domésticas, fragancias producidas industrialmente y colocadas
en relación con la especie que originalmente las produce, y fotografías
de la naturaleza en la ciudad. Para el evento Arte y Naturaleza, realizado
en el Jardín Botánico en 2001, Bonilla colocó botellas
de limpiador con fragancia de pino, dispuestas en una retícula
regular que hacía eco a la trama en la cual estaban plantados
los pinos de un sector determinado del jardín. La artificialidad
de la disposición regular hacía que el espectador no solamente
se cuestionara sobre el verdadero origen del olor, sino que también
ponía de presente que la naturaleza en un museo viviente (como
lo es todo jardín botánico) es una creación cultural,
una coexistencia completamente artificial de especies de diversa procedencia
que por arte de ciencia están reunidas en un mismo territorio. |
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En la exposición Still Life/Naturaleza Muerta (presentada en
la Biblioteca Luis Angel Arango en 2003), Milena Bonilla organizó
un pequeño jardín que consistía en un conjunto
de plantas colocadas en latas y vasijas de productos domésticos.
La instalación recordaba los interiores en las casas populares,
tal vez memoria atávica del origen campesino de sus habitantes,
confinados en recintos cerrados y sin espacios verdes a su alrededor.
Una mirada atenta revelaba que cada planta estaba colocada en un empaque
de un producto comercial que resultaba del proceso industrial de la
misma especie: una mata de maíz en una caja de Corn-Flakes, un
arbolito de tomates en una lata de sopa de tomate, una mata de coca
en una caja de Coca-Cola, un pino en un frasco de limpiador con esa
esencia, y así sucesivamente. En una sociedad urbana que está
distanciada del origen de lo que consume, la instalación de Bonilla
lograba reestablecer, por una operación de contigüidad,
el vínculo perdido con la naturaleza de la cual derivamos lo
que consumimos.
El proyecto Lugares Comunes (2004) parte de una simple
observación de la artista sobre los procesos naturales en oposición
a los culturales. Bonilla tiene un fuerte vínculo familiar con
la zona cafetera colombiana, la cual sufrió un grave terremoto
en la década pasada. La artista comenzó a documentar sin
un fin específico las plantas que surgían de los escombros,
signo de un nuevo comienzo, y metáfora (sin duda demasiado romántica)
de la capacidad de la naturaleza – y por extensión, del
género humano- de sobreponerse a la destrucción y a la
tragedia. Pero de esta primera observación surge un proceso más
complejo, en donde Bonilla comienza a identificar una "geografía
de la tragedia" – nombres de sitios en diferentes partes
del mundo que han quedado en la memoria colectiva debido a que son o
han sido el escenario de confrontaciones. Los sitios (países,
ciudades o lugares específicos) corresponden a todo tipo de conflictos,
tanto hechos de guerra como atentados terroristas: Palestina, Germania,
World Trade Center, Tel Aviv, Saigón, Corea, Normandía,
Israel, Polonia. Bonilla identificó lugares en Bogotá
con los mismos nombres (en la forma de avisos de restaurantes, placas
de nomenclatura, pancartas, etc), y luego procedió a fotografiarlos
identificando además en ellos las plantas que crecen en las grietas
de muros y andenes. Si la cultura muestra un proceso de dominación
de la especie humana sobre la naturaleza, el trabajo de Bonilla rescata
el proceso inverso, las "construcciones" de la naturaleza
sobre lo que es o fue una estructura construida por el hombre. La aproximación
taxonómica de Bonilla se inserta en la larga línea de
fotografía clasificatoria iniciada por los artistas alemanes
Hilla y Bernd Becher desde hace varias décadas, pero en lo que
la fotografía de los alemanes se plantea como una nueva objetividad,
en el trabajo de Bonilla se establece como clasificación completamente
subjetiva y no jerárquica. Las fotografías están
acompañadas de pequeñas plantas similares a las documentadas,
con la información sobre el sitio y las fechas del conflicto
al que aluden los nombres. La situación local de los nombres
responde a la imposibilidad de viajar a los sitios reales; respecto
al proceso, la artista ha anotado: "La idea en principio era realizar
estos recorridos fotográficos en los lugares reales; dadas las
imposibilidades que hay hasta el momento de realizar tan largo viaje
o encontrar la gente que me colabore en todos los sitios, me pareció
bien trabajarlo a nivel de boceto, (como citas en la ciudad), por eso
el subtítulo (bocetos para jardín). El título de
Lugares Comunes, se le adjudicó al proyecto por vía doble,
primero, el marco común de conflicto que reúnen todos
los sitios citados, y segundo porque las imágenes de las plantitas
desarticulan la identidad de cualquier sitio, situación que los
hace lugares neutrales. Lo que hace que se reconozcan es la foto del
nombre, es decir de la memoria del lenguaje. Los semilleros funcionan
como una relación entre la vida y la muerte, entre lo que muere
(la historia, el lenguaje, la civilización) y lo que se mantiene,
o renace de ese tipo de destrucciones (vital y culturalmente)".
La aproximación taxonómica de Bonilla no está exenta
de connotaciones políticas: hace alusión directa a la
clasificación de los recursos naturales del Nuevo Mundo por parte
de los naturalistas europeos con el fin de inventariar las riquezas
de las colonias para su explotación por parte de las potencias
imperiales. En este sentido, no hay naturaleza "natural",
pues al nombrarla se la incluye en el lenguaje, y al clasificarla se
la localiza en la cultura. Bonilla clasifica la poca naturaleza espontánea
que queda en las ciudades, completando el proceso de domesticación
al reproducirla en los semilleros. La vida resurge aún en las
situaciones más extremas, pero nada escapa a las estructuras
culturales (Arte, Ciencia, Historia) que ordenan, nombran y clasifican.
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