|
Paralelo a su trabajo como artista, Ana María Rueda
ha realizado desde hace mucho tiempo talleres con niños y jóvenes,
a los cuales involucra en los procesos creativos al exponerlos a las
obras de arte exhibidas en los museos. Más que pretender que
el niño aprenda la historia del arte en estas visitas y talleres,
la intención de Rueda es estimular una reflexión sobre
el rol del arte en la sociedad y mas específicamente en la vida
de aquellos que están fuera de lo que se considera convencionalmente
como el medio artístico. En consecuencia, el interés,
cuestionamiento o inclusive rechazo de los niños a lo que se
les presenta, así como las razones y motivos de sus reacciones,
se convierten en la parte más importante del proceso: es allí
en donde el taller cumple un papel instrumental, logrando que algo muy
íntimo - sus historias personales, sus recuerdos, sus intereses,
sus prejuicios- emerja, por así decirlo, a la superficie.
En 2002, Rueda realizó una serie de talleres de apoyo a la exposición
de la Colección Rau, muestra de obras maestras del arte universal
presentada en la Casa de Moneda de Bogotá. La artista documentó
su propia interacción con los niños - y la de ellos con
las obras de arte y el material didáctico de la exposición
- como parte de su proceso pedagógico.
La exposición tenía una sala infantil con reproducciones
de algunas de las obras maestras exhibidas, con espacios vacíos
en la parte que correspondía a la cara del personaje para que
los niños pudieran verse a si mismos como parte integral de las
obras. Cada cuadro estaba reproducido en la parte interior de una caja
y frente a el había un espejo, de tal manera que cuando el niño
metía la cabeza en el orificio, el único espectador de
la escena era él mismo, quien asumía el rol para su propio
disfrute. Rueda fotografió el espejo desde arriba, no interrumpiendo
de esa manera la relación de cada joven con la imagen que representaba
para si mismo. Al mirar las fotografías resultantes, sintió
que habían logrado captar el espíritu del taller y decidió
realizar un trabajo con ellas. Sin embargo, a pesar de que la imagen
estaba ya mediada por un filtro (el espejo) que evitaba una representación
directa para la cámara, Rueda sintió que era necesario
un nivel más de distanciamiento entre la relación íntima
de cada joven con su imagen y la instancia de exhibición pública.
Las imágenes tienen un carácter de ensoñación
y a la vez una fuerte carga sicológica, y Rueda vio que podían
ser interpretadas como una expresión del subconsciente; en consecuencia,
consideró que el agua podía ser a la vez una instancia
de distanciamiento y una metáfora del mundo interior que parecía
estar aflorando en las fotografías. Las fotos fueron inmersas
en agua y re-fotografiadas, logrando un efecto particular en cada caso
en función de la relación de la mirada con el nivel del
agua. La inmersión en el medio líquido parece devolver
las imágenes a un estado de gravidez pre-consciente, y las dotan
de una extrema fragilidad y vulnerabilidad. Es importante señalar
que algunos de estos niños y jóvenes habían estado
expuestos a circunstancias muy difíciles y se encontraban en
un complejo proceso de inserción en una vida urbana, familiar
y social Su inmersión en un espacio de libertad como es el espacio
artístico, fue uno de los pasos en su gradual involucramiento
en la vida en sociedad.
El agua es un símbolo presente en todas las culturas, casi siempre
identificado con el origen y los mitos de creación. En un sentido
más abstracto, es posible entender el agua como un elemento ambivalente
de transición entre lo terrenal y lo etéreo, elemento
flexible y dúctil que se adapta a todas las formas posibles,
solvente universal en el que todo comienza y todo termina. Rueda relata
cómo en el transcurso del taller los niños fueron poco
a poco venciendo sus prevenciones, logrando que las historias más
guardadas terminaran por salir, como una forma de catarsis y liberación.
El agua, en palabras de Lao-Tsé, "no lucha, y sin embargo,
nada le iguala en romper lo fuerte y lo duro". El proceso retratado
en las fotografías de Rueda es intraducible y difícilmente
narrable con palabras. En consecuencia, sus imágenes recurren
a la alegoría para referirse al difícil proceso de abrirse
al mundo cuando en algunos de estos casos se ha construido una barrera
para protegerse de él.
|
|
|